lunes, 26 de junio de 2017

                                                        ¿Y TÚ QUE MIRAS?
                                         (Entre las luces de F.G. Lorca)                         Dr. F.Antonio Bera Bautista
                                                                                                                                                                                  Psicólogo

                                                                                                                                

¿Cómo estás aquí? ¿Quién te introdujo en esta selva
suprema de las almas?
Escucha la voz del espíritu puro, tus ojos no se deten-
gan en las vaguedades y tu corazón se convierta en
clavel rojo.
Acércate y aspira el aroma del amor y la santidad
humanizante, que al caer en tu corazón, atravesado 
por puñales de amapolas, será bálsamo de consuelo.

¿Qué mano te hizo salir de la nada para dejarte caer
en este pozo de angustias, amarguras y mentiras?
Y ahora que estás aquí, ¿qué miras? ¿a la crueldad
como reina del mundo?
Cuales sean las cosas donde se pose tu mirada, no
trates de ver lo que núnca verias sin la ayuda de un
espìritu de grandeza, quien levanta tu carga de infe-
licidad como plumas al viento, poderosa luz de sol
naciente que se pone sobre los horizontes y todo es
de rosa, de ámbar, de oro, de plata.

Mira como un poderoso átomo, que se mueve como
partícula irresistible al mal, con un brío fiero impulsado
por la mano que todo lo puede y te hace atravesar las
nubes negras de la melancolías, sin despegar la vista
del fondo del cielo blanco azulado, con ese poder que
te viene del infinito, porque del infinito saliste, de esa
fuente desconocida, misericordia de misericordia, que
te envuelve en su santa luz, para liberarte del amasijo
de tristezas en las que vivas.

Mira allí, hacia ese lado, con verdadero amor y bea-
titúd, con ojos de cirios, con un alma poseída por
la luz de la fé, no hacia el mundo de la locura y sin
razón, donde impera como norma la crueldad y mi-
llones de moscas tienen su vivienda.
No te estremecerás de miedo alguno, sino como rosa
de suavidad transparente, que tiembla serena entre
el ramaje, que se abre con infinita tranquilidad, con
un corazón aristocrático que sabe sufrir con mages-
tad sentimental su calvario desconocido.
Porque quienes saben salir del dolor son los que
están preparados para la plenitúd.

Si miras inclinando tu frente hacia el suelo, porque
hayas aspirado el vaso de hiel del desengaño, tu
espíritu será reo de lo inútil y espantoso, abatida
tu cabeza, y tu cuerpo carne de martirio, con hálito
de pesadumbre y de pena eterna.

Mira muy alto, hacia lo grande y genial, deja que tu
mirada se pierda más allá de las estrellas, porque de
los desconsolados es el reino de las amarguras.
Como si una ráfaga de aire cálido y perfumado 
levantara tu frente, y cual soplo divino, libera tu mira-
da de los abismos sangrientos y te yergue hacia el
infinito con ojos de castidad, llenándote de gracia
celestial.
Envuelto en su manto de esplendor, mirarás las
penas como el cantar de romanzas febriles y a los
ruiseñores como flautas divinas.
Verás brotar del altar del infinito los místicos lirios
con sus poemas de colores, movidos por el aire
que se llena de Chopin y de Bethoven.

Aparta la vista de los jardines envenenados, de
donde salen música hechas con notas de sangre
y corazón herido, movidos por brisas juguetonas
de negrísimos cabellos.
Mira hacia allá arriba, con alma mística, sintiendo
la quietúd bienhechora del bién, sin detenerte en
misterios insondables, ni en el porvenir como enig-
ma indescifrable, ni en un Dios de carne y hueso
con cólera y con venganza, sino en ese gran conso-
lador de los hombres que fué crucificado y que hace
descargar tu alma en la belleza de su dolor principal.

Hacia los horizontes de los mares de luna, donde
navegan arcas de oro y de pedrerías, por donde andu-
vo el vaporoso y místico nazareno, galileo de luz,
con toda su espiritualidad y grandeza, llenándo los
mares de poesía. No hacia las pequeñeces abruma-
doras, las desilusiones, las miserias.
Si miras la luna llena, no veas en ella un entrecejo
de dolor, sino su sonrisa inefable, de la que brota
un cántico épico que te hace fuerte e invencible
frente a los actos imbéciles.

Posa tus piés firmes en el solitario jardín de los
sueños y miras a los alelhíes , las lilas, las cam-
panillas y las celindras,  como mueven sus petali-
llos mientras suenan las melodías tristes de 
Mendelsshon, el es tu sagrario de pasiones, gran-
diosa catedral para tus bellísimos pecados.
Alli suenan las sinfonías de un religioso recogi-
miento que te invita a la meditación de los supremo.

Tu mirada con la suavidad de una rosa transpa-
rente, se pasea por los albores divinos del crespús-
culo, de donde llega un aire cálido y perfumado
de flores extrañas de palacios encantados.
Ojos que miran convencidos por azucenas que
bordean lagos de manantiales, todas las maravillas
de lo desconocido, ungiendo las cosas de castidad,
con un espíritu que se encuentra frente a frente
con lo inmutable.
Y si lloras, sólo el alma mira y comprende la dul-
zura de las lágrimas y el encanto de la hermandad
por donde desfilan los amaneceres de las noches
de plenilunio, que adormecido escuchabas las
canciones durmientes que llenan tu cielo de estre-
llas y miel espiritual.

Y junto a tí Venus abre sus ojos inefables para ver
las cabalgatas fastuosas de silenciosas y durmientes
madrugadas, en las que se escuchan los ecos de 
las liras del consuelo.
Mirando así, brota el david y la monalisa de ensueños
que llevas dentro, la gallardía ante el fusíl de la
sociedad aterradora.
Con el alma de la grandeza escénica de un santo
medieval, miras hacia lo lejos, hacia lo más alto,
porque lo más grande de tí no es en la tierra.

Entonces, dime, ¿Qué miras? ¿la leprosía social?
¿las desilusiones? ¿las miserias? ¿las carnes de
mentiras? ¿las calles llenas de melancolías y de
música callada?que gimen entre gritos feroces
en los abismos sangrientos de los que no se sale
nunca. Puesto que el sufrimiento es un estado
inevitable del que se puede salir no solo con la
voluntad, sino con la mirada atenta hacia la
aurora suprema del porvenir.

y si lo tuyo es rezar, no lo hagas por miedo, 
sino por amor, con un alma poseída por la luz
de la fé, que mariposas de flores de primavera
recogerán tu oración y la ofrendarán a Dios.
No con esa rancia religiosidad dolorosa que
promete alegrías y castigos, de eterna teatrali-
dad, donde se esconden los perversos y sacrí-
legos
La vida como visión trágica y angustiosa, mar-
chita el alma y la llena de muerte y no te dejas
abismarte en lo que llevas dentro de imposible
que hacen se abran las flores exóticas, estrellas
de inspiración, que te alzarán victorioso con la
altivéz de un león herido, cuando las sombras
envuelvan tu corazón.

¿Qué miras? ¿a los dorados ídolos que tienen por
corazón la venganza y por pensamiento la hipo-
resía? ¿a los abanderados del odio y la mentira?
Ellos son las agujas de fuego que se clavan en tu
pecho, que levantan su poder para el martirio y
con tu trabajo, la opulencia, en su incontenible
erial de avaricias. 
No seas tú siempre el débil y el gimiente, mirando
la trama ridícula de la sociedad, caminando sin
rumbo, sin ideas, sin unión espiritual, con bordados
de flores de pena.
Como el buen Sócrate al morir, haciendo una li-
bación de cicuta en honor a los dioses, después
de haber dado por seguro aquellas peregrinas
invenciones de Tártaro y los ríos de las almas.

Mira con  espíritu de redención que abre tus 
ojos hacia la luz de la verdad, resplandor precioso,
camino sin fín lleno de lagos insondables, del que
huyen precipitadamente las sombras. Y rosas
enamoradas se deshojarán sobre tí mientras pi-
sas alfombras y te cubren tapices de palacios.
Porque hay miradas de las más desgarradoras
torturas y miradas con visión de rosas y diamantes.

Alma blanca, alma mística, serénate, mira ya el
terrible letargo donde estás, mira entre andares
rítmicos y magestuosos hacia los jardines que se
llenan de Hayden y verás a las ninfas y sirenas
danzando en la fiesta del amor y a cupido sentado
en una rama de coral.

Y mirando desde el misterio consolador del silencio,
en un recogimiento lleno de piedad, escuchando
el tintineo de los labios de tus labios el cantar de los
cantares, los acordes de un piano perdido en la
sombra y a los grillos como trémolos de violines de
la orquesta de la naturaleza, bajo un cielo de oro y
de seda, porque el silencio tiene su música y el so-
nido, la esencia del silencio.

Entonces mirarás al mundo con un corazón generoso,
con diamantes en los ojos dirigidos hacia la eternidad,
y no al suelo con vidriosa convulsión o a la tierra que
parió tu dolor.
La fuerte caricia de un sol de fuego levanta tu mirada
mortesina del mundo de las pequeñeses y de los
hombres prostituidos que tienen por norma la lujuria
y la maldad, ruines engendros, murciélagos con 
visión diabólica.
Pero tú, con aire de eterno galán enamorado, con
una grandeza sin límites, vas entre acordes mages-
tuosos que lo llenan todo, entonando canciones de
fuego, tu mirada, como relámpago sobre nubes
negras, hacia donde se esconde la arcadia felíz y
se pierde el rostro de tus enemigos, de los fantas
mas de amarguras, de la miseria moral que no se
detiene.
LLeno de gracia celestial, con el alma fuerte y 
elevada, llegará el reposo de tus ojos en los días
calmados y dulces, durante la fiesta santa de la
compasión.

Entonces, dime, ¿tú que miras? ¿las negruras del
caos?  Aparta tu mirada de la eterna muchedumbre
de la inconsciencia que danzan como locos entre
incongruencias y maldades, donde crecen las flores
de trapo, almas de oscuridad e ignorancia que ocul-
tan las liras del dolor y donde las arañas tienden su
palacio de ilusión, para que en cada sol que trans-
curre se desmorone la esperanza, porque la vida se
ofrece como una continua cadena de dolores y amores,
fantasmas de amarguras, de hastíos, de podredumbres
flotando en las aguas de la verdad, respiraciones
temblorosas de vidas subterráneas, espíritus naufra-
gando en los mares venenosos de la sociedad, de-
siertos donde mueren las ideas grandes, se marchita
el alma y se apaga la vida.

Pero tú, como Ulises que se tapó los ojos del alma
para no caer en la tentación de las hadas del mal,
mira al cielo y los horizontes dorados, de donde 
caen las tibias perlas de la vida, que te llenan de
ternura y luz interior. Entonando cánticos sublimes
al honor, a la bondad, a la honrradéz, que hacen 
sonar en los confines de la eternidad la lira de 
Hermes, la flauta de Atenea, la cítara de Apolo.

Tú, con la magestad de un trovador divino, llevas
entre sus manos las espadas de la justicia y la
templanza. Tus ojos de ágata y rubíes apartados
de los gritos infernales, del sonar de sables y 
tambores, para posarse en lagos de claveles.
Y como campanas de iglesias que llaman al rosario,
acudes con la mirada resplandeciente de gloria y
de virtud, abierta la flor preciosa de tu corazón
hacia una incomprensible tranquilidad, porque
has sido recibido como un ángel más en la dicha
del infinito.

Gracias por vuestra atención.                                                                   Artículos afines a este:
                                                                                                                        "A sangre y fuego"
                                                                                                                        "Los Rosales del Edén"

No hay comentarios:

Publicar un comentario