sábado, 28 de junio de 2014

                            CRIMEN CONTRA LA VIRTUD.-
                                                             Dr. F.Antonio Bera Bautista
                                                                                                          Psicólogo

"No hay que apagar la luz del otro
para lograr que brille la nuestra"
(Gandhi)


La palabra virtud aparece en latín como virtus, que se 
entendía como el conjunto de cualidades propias del
hombre, valor, valentía, esfuerzo, talento.
En el renacimiento, esta noción evoluciona y se entien-
de como ímpetu con que el varón impone su presencia
en el mundo o fuerza expansiva de la individualidad del
hombre.
Autores del renacimiento como Leonardo Da Vinci, 
Maquiavelo, fueron influenciado por esta noción. Il virtuo-
so, en Leonardo, puede ser entendido como el que no tie-
ne miedo al límite tradicional de las cosas y se destaca en
la proeza de dominarlas y conquistarlas.
En Maquiavelo, la virtud es la forma y contenido de la 
"fuerza de ánimo" que permite saber actuar en presencia 
de las adversidades.
El príncipe virtuoso es, para Maquiavelo, quién sabe enfren-
tarse a las calamidades, evitar daños y aprovecharse de ellos
para aumentar su gloria. En el príncipe, la virtúd, es la fuer-
za que vitaliza al hombre para enfrentarse a su realidad.
Spinoza (uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía
del siglo XVII, junto a Descartes y Leibniz), se ve influenciado
por este concepto de virtúd, el cual entendía como conatus,
término utilizado en los primeros pensadores para referirse
a una tendencia inherente de la materia o la mente para per-
petuar su existir o mejorarse infinitamente.
"Conatus sese conservandi"( el esfuerzo por la conservación).
El escribe: "La virtúd es la potencia humana misma que se
define por la sola esencia del hombre, por el esfuerzo que el 
hombre realiza por perseverar en su ser.
Cuanto más ser esfuerza cada cual por conservar su ser,
y cuanto más lo consigue, tanto más dotado de virtudes está."

Así pues, Spinoza define la virtúd como autopotenciamiento
del ser humano. En Hegel la encontramos como potencia
infinita, en Aristóteles como la excelencia, en Platónes sabi-
duría, valor y autocontrol, en sócrates, capacidad para distin-
guir el bién, el mal y lo irrespetuoso, en los estoicos, como el
bién supremo.

El mayor crimen que se ha cometido en la historia de la 
humanidad contra la virtúd, ha sido la tortura y la cruci-
fixión de jesús. El ante el mundo fracasó, al ser crucificado
como un criminal. Poniéndose de manifiesto, a todas luces,
el peor de los males: la crueldad. La misma, que deliberada-
mente impone daños físicos, emocionales o mentales, que se
ejerce en la sociedad a través de instituciones indecentes, 
que se convierten en maquinarias del crimen contra la virtúd,
que llevan a la persona a la humillación, exclusión de la
comunidad humana, desprecio de  la dignidad humana, hasta
la extenuación, con la pregunta:"para quién soy yo valioso",
que no encuentra respuesta.

Alineándonos en torno a la "teoría crítica"de destacados
intelectuales de la escuela de Frankfurt, de prestigio universal
hoy, a finales del siglo xx, Habermas, nos presenta el reco-
nocimiento mutuo como "el núcleo del estado de derecho 
democrático", porque sólo las condiciones simétricas de 
reconocimiento asegura igual respeto a cada uno.
Para Kant, el reconocimiento es la base de la convivencia
en la sociedad y fundamento de la moral.
Por lo que la humillación (Evelin Lindner), es el sentimiento
que invade a una persona o un grupo cuando se perciben
despreciados, denigrados o subyugados por otra persona o
por otro grupo, es decir, cuando perciben que otros pisotean
o ignoran su dignidad, la cual se tiene o se debe tener, de
forma igualitaria por el hecho de ser humano.

Un hecho cotidiano transgresor del reconocimiento, es
lo que se conoce como "mobbing", aquella crueldad de
trato en el lugar de trabajo, cuando se le quita a la persona
todo reconocimiento, primero el profesional y con ello el
personal hasta enfermarla.

Ch. Taylor (pensador canadiense), insiste que el no reco-
cimiento es falta de cortesía que debemos al otro, puesto
que el reconocimiento es una necesidad vital.
Para Axel honneth (escuela de frankfurt), los conflictos
sociales pueden deletrearse como una lucha por el reco-
nocimiento y este se manifiesta en "el amor, en el ámbito
familiar privado, en el derecho, en el ámbito público socie-
tal y la solidaridad en el ámbito comunitario.
Asi que una sociedad sólo es digna si está excenta de miseria 
y de humillación, de tal manera que todos puedan encon-
tarse en lo público societal  en una marcha erguida."

La humillación, degradación, desprecio, no reconocimiento,
es el diagnóstico de nuestro tiempo (A. Margalit).
Quede claro que donde el reconocimiento desaparece, donde
la pregunta "para quién soy yo valioso" no encuentra res-
puesta, entonces no hay posibilidad de reconocer a otras 
personas, ni reconocer normas sociales (W. Weitmeyer).
Necesitamos urgentemente vías que nos permitan vivir
juntos sin humillaciones y con dignidad, conforme a  un
ideal de una sociedad justa, basada en el equilibrio entre 
libertad e igualdad propia de una sociedad decente que
no niega a la persona su pertenencia al género humano.

Avi Shai Margalit, se refiere sobre todo, aquellos estados
cuyas instituciones y funcionarios públicos viven al amparo
de la corrupción, el servilismo, la complicidad y la más
absoluta impunidad.
Es tarea de una sociedad (decente), evitar el sufrimiento
y la eliminación, con todos los instrumentos legales y
políticos a la mano, del miedo, comprometida con la erra-
dicación del trato cruel (judith Shiklar) de cualquier forma
de fundamentalismo violento y de terrorismo de Estado, que
también se ejerce a través del desempleo, la miseria, la po-
breza, las enfermedades (que pueden ser atendidas y curadas
a tiempo), el analfabetismo, la imposibilidad de poder acceder
a espacios públicos de recreación y cultura, la privación (estafa)
del futuro, el trato a los demás como seres no humanos, 
inexistentes o invisibles o cualquier forma de situaciones
humillantes.
Cuando nos remitimos hoy al concepto de reconocimiento 
(Axel Honneth) para presentar una concepción de la moral
social, el punto de partida consiste en la mayoría de los casos,
en un análisis fenomenológico de los daños morales.
El desprecio y la humillación se convierten en injusticia moral,
no sólo por el dolor que ello produce, sino porque la persona
se siente dañada en la propia concepción que tienen de sí
misma. 
En caso de humillación física, como la tortura o la violación,
que privan a la persona de la autonomía física en su rela-
ción consigo misma, y con ello, destruyen una parte de su
confianza en el mundo, y en consecuencia, de la autocon-
fianza.
La segunda forma de menosprecio (continúa Honneth), la
privación del derecho y la exclusión social. En este caso,
el hombre es humillado en la medida en que dentro de su
comunidad no se le concede la imputabilidad moral de una 
persona jurídica de pleno valor.
La actitud positiva que un indivíduo puede adoptar hacia
sí mismo, cuando experimenta este tipo de reconocimiento
jurídico es el del autorespeto elemental.
El tercer tipo de menosprecio consiste en la degradacion del
valor social de formas de autorrealización. Los individuos
afectados no se pueden remitir, a través del fenómeno po-
sitivo de la apreciación social, a las capacidades adquiridas
a través de su vida.
La actitud positiva que un individuo puede adoptar hacia
si mismo cuando es objeto de este tipo de reconocimiento
es la de la autoestima (A. Margalit).

Parece, pues, que con estos tres modelos de reconocimiento,
los del amor, el derecho y la solidaridad, quedan establecidas
las condiciones formales de relaciones de interacción, en el
marco de las cuales los humanos pueden ver garantizados su
dignidad o su integridad. Integridad significa que el individuo
puede sentirse apoyado por la sociedad en todo el espectro de
sus autorealizaciones prácticas. Autoconfianza, autorespeto
y autoestima, bastiones de poder y de honras.
De lo contrario, nos situaríamos en un escenario propicio para
el crimen contra la virtud.
Hay un número creciente de personas que a causa de un 
desempleo, ya no simplemente conyuntural, sino estructural, 
carece de la posibilidad de obtener, gracias a las capacidades
adquiridas en el proceso de socialización aquel tipo de reco-
nocimiento que se llama apreciación social.
En consecuencia, dejan de sentirse miembros cooperativos de
una comunidad democrática, a causa de la incesante cosifica-
ción humana desencadenada por el capitalismo (Honneth), y
que no otorga a todas las personas el honor que merecen.
Este honor es algo que la sociedad ofrece a las personas, pero
a diferencia de los sociales, el respeto hacia uno mismo es
el honor que las personas se otorgan en virtud de su propia
humanidad.
Las instituciones y las autoridades políticas "no humillan"
(A. Margalit) cuando satisfacen las espectativas ciudadanas,
cuando no ignoran, abusan o excluyen a los individuos que
forman parte de ella. Cuando abren los canales de participa-
ción plural para ser exigible sin violencia, las innumerables
demandas de bienestar y seguridad; cuando en definitiva,
contribuyen a la autoestima de la persona mediante el recono-
cimiento y promoción de su autonomía y dignidad.
La humillación implica una amenaza existencial y se basa
en el hecho de quien la perpetra, especialmente las institu-
ciones que humillan, tienen poder sobre la víctima asaltada,
que la sensación de desamparo total que el matón provoca
en su víctima y temor generalizado en toda la sociedad.
Así, una sociedad no decente, en términos de Margalit/
Shiklar, pone el acento en la crueldad psicológica y en la
degración de la autoestima.
Aquél "niño" (la gran estafa) con su cuerpo ensangrentado,
yacente entre los brazos de su madre, muerto en la lucha
por su dignidad y honor, no sólo es la muerte de un manifes-
tante, de un ciudadano, es además, un crimen contra la virtud.
Aquellas instituciones que amparan y fomentan la retención de
capitales provenientes del trabajo de toda la sociedad, son en
realidad instituciones indecentes, instrumentos del crimen
contra la virtud.
Aquellos gobiernos de la infamia y la injusticia social,  refugiados en las instituciones democráticas, no son tan sólo políticos fallidos,
sino criminales contra la virtud.
Aquellas empresas y empresarios que extreman sus finalidades
de lucro a costa del empobrecimiento de todos los que hacen
posible sus fortunas, son criminales contra la virtud.
Aquellos condenados que se levantan con las armas de la
conciencia, para luchar contra sus verdugos, son a los que
nunca matan los criminales de la virtud, que pese a los devasta-
dores efectos de su onda destructiva, no lograrán jamás extinguir 
su luz brillante, eterna, promesa y esperanza de toda la humanidad.


gracias por vuestra atención.