jueves, 16 de febrero de 2017

                                                      EL VECINO.-
                                                            Dr. F. Antonio Bera Bautista              
                                                                                                         Psicólogo


En el anterior artículo , "A SANGRE Y FUEGO", nos
situabamos en dimensiones que rozaban lo di-
vino.
Ahora, con este, vamos directamente a lo coti-
diano: "El Vecino".
Se trata de aquella persona que vive en la casa 
más próxima a la suya. Cercanía tanto en tiempo
como en espacio, en esa área social llamada ve-
cindario, poblada de gente que conocemos, o de
los que sabemos algo y que también no se conoce.
Cada quien vive en su casa pero con contactos
indirectos, en una especie de yuxtaposición de
indivíduos inconexos.

Usted y el vecino son la cara de la misma y única
moneda en el área de la convivencia y de ese
modo queda establecido el juego en un fascinante
mundo de identidades, donde se producen grandes
esfuerzos de maximizar la opacidad respecto al 
otro, pero siempre con la pretención de que el otro
maximice su transparencia.
Evitando que lo decisivo de nuestras vidas suelte
amarras, eche a volar y atraviese las paredes del
vecino, mientras se da una apariencia positiva a
lo que no es más que recelo mutuo.

Al vecino suele conocerse en parte y con el paso
del tiempo, pero nunca está excento de un halo de 
misterio e incertidumbre, que lo sitúa entre el anoni-
mato y la familiaridad.
Es una de la figura más inquietante de nuestra vida,
en la que pueden comparecer toda clase de enigmas,
misterios, secretismos y hasta poderes que pueden
condicionar nuestra manera de vivir, por la fuerza y
fascinación que ejerce su presencia, que hace se 
constaten semejanzas compartidas, en la que lo ver-
dadero y lo falso se confuden.

El temor que tradicionalmente inspira el vecino, está
basado en que él, por las razones que sean, siempre es
sospechoso de ser una ventana indiscreta, que todo
lo puede ver, todo lo puede saber, todo lo puede es-
cuchar. Alguien de manos extensibles que puede
poner el dedo en la llaga de la vida ajena, convertir-
se en familiar cercano o en un eterno adversario que
te desea lo peor.

Algunos parecen agradables y divertidos, otros sos-
pechosos, ruidosos, molestos o directamente repul-
sivos. El asunto es que no dejan completamente
indiferente a nadie.
El estará de algún modo presente en nuestro mundo
mental y valorativo, paradógicamente, disfrazados
de indiferencia e incluso de menosprecio.
Los vecinos están donde están, pueden llegar a ins-
talarse o irse, arraigarse o arrancarse de raíz, nos
guste o nos parezca lo que queremos nos parezca,
es poco lo que podemos hacer para cambiar la cues-
tión. Tómelo o déjelo, no hay otra alternativa.

Por tanto, cuando ud. se establece en un vecinda-
rio, se convierte en un rehén del destino. 
Los focos de problemas que se pueden generar,
no siempre se pueden equivar. Tenemos que lidiar
con tan diversos comportamientos, tanta gente
reclamando vivir aislado en su pequeña torre de
marfil, en un riachuelo apacible, donde tantas 
veces los murmullos y las voces bajas, parecen
el sonido de sus aguas, para que las palabras no
viajen a través de las paredes y el viento las lleve
justo hasta el oído del vecino. Un andrógino a veces
humano, a veces fantasma o espíritu que en cual-
quier momento puede penetrar en nuestra vida,
lo que demuestra que, mire por donde, la casa en
la que ud. vive es una casa encantada, de paredes
transparentes, de pasillos donde se escuchan pasos
inquietantes, con techo que pueden convertirse
en pista de aterrizaje de drones con micrófonos
incorportados, mando a distancia, que sobrevuela
la realidad en la que se vive, teledirigido por el
vecino.
Mientras ud. emplea injentes cantidades de energía
en la ficción aislacionista, tan inútil como perder
el tiempo enseñándole matemáticas a una gallina.

¿Y quién no tiene una anécdota que contar del 
que habita encima, debajo o próximo?
Nuestros pequeños colindantes forman una gran
parte de nuestra vida, que pueden llegar asumir
un papel relevante en el día a día. Puesto que 
ellos no son ningún animal mitológico, ni una
especie en extinción. Son nuestros vecinos.

Un mal vecino puede ser motivo de grandes
dolores de cabeza, o por el contrario, echarnos
una mano en momentos de dificultadades.
Para darnos una idea de la trascendencia que
puede alcanzar el fenómeno, un estudio de la
universidad de Michigan y publicado en el
Journal of Epidemology and Comunity Health,
llegó a la evidencia de que las personas que
viven en un vecindario amistoso, tienen un 
70% menos de probabilidades de sufrir un 
ataque al corazón, que aquellos que lo hacen
en uno más problemático.
Y según un estudio del CPP Murciano, dos de
cada tres españoles son víctimas de disputas 
con sus vecinos.

En un vecindario hay cientos de molestias, 
grifos, ruidos a deshoras, pasillos, ascensores
sucios, impagos, portales y patios interiores,
donde se dan toda clase de anomalías.
Siendo el ruido uno de los principales focos
conflictos vecinales.
Es responsabilidad de cada uno pensar en el 
bien común y no alterar el orden establecido
en la comunidad, ser educados y amables,
dentro de esa peculiar atmósfera tensa que 
suele existir y donde se produce un silencioso
combate para que se vea quién está mejor.

La casa representa el "espacio vital" de segu-
ridad que tiene un ser humano, su máximo
entorno de intimidad. Por lo que se impone
que no siempre se puede decir lo que se piensa,
ni se puede hacer como se quiere, puesto que
ello implica que los demás pueden saber mucho
de nosotros mismos. Y ante el vecino, tenemos
la piel demasiado sensible, por lo que se evita
estrechar demasiado las relaciones, aparentar
aceptar aquello de lo que se huye, evitando
mesticulosamente ante el vecino, ponernos en
evidencia, por los temores que tradicionalmente
inspira su figura, reflejándose en conversacio-
nes que en realidad transcurren rompiendo hielo
y apagando fuego.

El vecino es, algunas veces, árbol centenario
plantado próximo a nuestra puerta, otras, como
nubecilla que pasa y se difumina por delante de
nuestra ventana, o un volcán en erupción, cuyas
lavas atraviesan las rendijas de las puertas, o un
terremoto que sacude los cimientos del edificio.

Pero es el vecindario el escenario por excelencia
donde se despliega el fenómeno carismático de
la "felicidad de la vida" a través de la observación
del otro, que inquieta hasta tal punto que nos 
hacemos preguntas sobre ¿dónde va el vecino?
¿de dónde vendrá? ¿Que estará haciendo a estas
horas? con intensidad, imaginaciones, deducciones,
fantasías, temores, sobre la vida de los otros.
El miedo a los semejantes y a la ambivalencia in-
quietante que experimentamos ante la mirada
ajena y del más próximo que puede ser un loco
en potencia o un santo.

Las actuaciones vecinales, en uno u otro momento,
se verán condicionadas a las siempre temidas
miradas inquisitivas del otro, a lo que se puede
llegar a pensar, por lo que obliga a ponerse el
corset de la apariencia, fenómeno por excelencia
en los modos de vivir de una comunidad y entre
otras cosas, induce a que su hogar empiece en el
portal de la casa, no en el salón de estar ni en su
dormitorio
Al vecino no se podrá evitar mirarlo alguna vez
con recelos, y a vivir, respecto a él, en comporta-
mientos los más estancos posibles y siempre a la
defensiva, de ese ser humano que sale a nuestro
encuentro, representante de la mismidad o de la
otredad, espejo en el que nos reconocemos o 
ventana abierta hacia lo desconocido, que inevi-
tablemente contribuye a delimitar los contornos
de nuestra identidad o estremecernos por lo que
le suceda, más por miedo de que también nos su-
ceda lo mismo o alegría encubierta de que le ha
pasado a él y no a nosotros. Por aquello del re-
frán de la españa profunda: "Cuando las barbas
de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar"

Aúnque estén bien establecidas las comunicacio-
nes, siempre está presente el fantasma de evitar
una relación plena, porque pueda ponerse en ries-
go nuestra intimidad. Situándonos en una ambiva-
lencia inquietante entre lo común, lo personal y
lo compartido.

Queramos o no, nos hayamos inclinados, abocados,
a la convivencia, por lo que se convierte en una
figura a la que rendimos tributos al actuar, bien
por admiración, o por desprecio, indiferencia o
por inevitable interés que nos genera su vida, puesto
que su ámbito privado nunca será ajeno al interés
de la comunidad. 

En innumerables ocasiones, el vecino es un ser
proveniente del más allá, un espíritu que puede 
atravesar las paredes como si nada. A veces vam-
piro, otras veces ángel, duende, autómata o zombi,
dependiendo del escenario y del momento, que
puede aprovechar caminos abiertos, para apode-
rarse de nuestra intimidad, de lo que ocurre en 
nuestra torre de marfil, que sabemos no es indife-
rente a la curiosidad de los demás. Que por mucho
que huyamos de ellos, tienen el poder para que-
brar los castillos forjados en el sueño de nuestra
independencia o en la ilusión de nuestra autosu-
ficiencia. Siempre mediatizados por el temor de
que los otros piensen que los necesitamos o que
queramos entrometernos en su vida.

Valorándose de manera especial lo que pueda salir
de dentro afuera, temiendo conflictos que pongan
en peligro la burbuja de la privacidad, haciendo 
grandes esfuerzos en aparentar que se vive indife-
rente a los demás.
Pero...¡ay amigo! ahí está el vecino llegando tarde,
dirigiéndose no se sabe dónde, preguntándonos que
haría en ese sitio donde nos lo hemos encontrado
inesperadamente, y hemos evitado ser vistos, o 
haciendo ruidos a deshoras, o con mala cara,
disparando toda clase de sospechas, suposiciones,
incluida la de si es por algo en nuestra contra.

De esa y muchas otras maneras se pone de mani-
fiesto su "poderes mágicos", que en unos bre-
ves instantes, hacen saltar en mil pedazos los
intentos de indiferencia, construidas de fragilida-
des y de miedos hacia quien nos esforzamos ver
como distinto, guardando la distancia y fingiendo
vivir cada día como si no nos importara.

Poniéndose en evidencia que frente a él siempre
se está preparado para enfundarse la vestimenta
del disimulo y conjurar así, cualquier sospecha
de que se quiera intervenir en la vida ajena, ac-
tuando a modo de barco que cruza la niebla, apa-
rentando que nuestro interés en su vida tan sólo
se reduce al momento fugáz en que nos lo encon-
tramos. Aúnque acto seguido nos empapemos
de una lluvia de preguntas sobre él y su vida,
una vez nos da la espalda.

Alimentándonos todos los días de las luces que
surjen de las posibles estrellas, que estamos
convencidos, él lleva escondidas. Impulsándose
así la curiosidad, donde se hinca la estaca del
"cotilleo", del "chismorreo", de los rumores con
sus grandes poderes de seducción sobre los asun-
tos que van más allá de nuestras vidas. Y con
gran impacto si se trata de lo más profundamente
íntimo y privado del otro. ¿Por qué?
porque alivia saber que a otros les ocurre como
a nosotros, y si gozan de mejor estatus, consuela
saber que sus piés son de barro, y por lo tanto
algo les atormenta, algo les hace infelices, y 
ello tiene un efecto anestésico y de consuelo
a las propias decepciones, frustraciones y sufri-
mientos.
Mientras ud. reza cada día:

"¡OH PODEROSO VECINO!!
EN TUS MANOS ENCOMIENTO MI ESPÍRITU
ENTRE RENDIJAS, PUERTAS, PAREDES,
VENTANALES, TECHOS, CALLES Y ACERAS,
PORQUE ERES EL PRINCIPE DE LA LUZ Y LAS
TINIEBLAS, ALLÍ EN EL MÁGICO REINO DONDE
HABITAN LOS OTROS".



Gracias por vuestra atención




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