miércoles, 23 de marzo de 2016

                                           CRIMEN CONTRA EL AMOR.-
                                                      Dr. F.Antonio Bera Bautista
                                                                                             Psicólogo

¡OH AMOR PODEROSO!
QUE A VECES HACE DE
UNA BESTIA UN HOMBRE,
Y OTRAS DE UN HOMBRE
UNA BESTIA.
(William Shakespeare)


¡Cuantas miserias se ocultan en el amor!
¡Cuanto se habla del amor!
¡Cuanto se escribe sobre el amor!
¡Cuanto se reverencia al amor!
¡Cuanto se canta al amor!

No existe nada mas valorado y encumbrado por la humanidad
como el amor.
¿Quien se atreve a cuestionarlo con rigor y valentía? ni los más
despechados, aborrecidos, fracasados, sufrientes por su causa.
Puesto que se le considera como algo inmaculado.
El súmum de los valores, el maná preferido del espíritu, el antí-
doto para todos los males, el remedio infalible, el paraíso prome-
tido, el edén de peregrinaciones de almas atormentadas, el manan-
tial supremo que une lo humano con lo divino, el soplo de vida
que anima al mundo.
Me vais a perdonar por mi osadía de levantar las alfombras por
donde se pasean los que considerais gran amor. Por meterme en
las alcobas donde estais convencidos de ser oficiantes del amor.

Sobre todo, vosotras, queridísimas, muy atentas a lo que voy
a contar.
Cuando el amor sucede de verdad, tan sólo en unos pocos ele-
gidos, es el sentimiento más profundo y elevado que puede ex-
perimentar una persona.  ¿Por qué su luz no alumbra en todos?
Sencillamente porque el amor no es para mediocres.
Entre estos aparecen algunos de sus destellos, que es lo que 
normalmente vemos, convertidos en arrebatos pasionales, po-
sesiones, dominios, desenfrenos, lujuria, obtención de beneficios
de hacerse con la vida del otros, miedos a la soledad, a la res-
ponsabilidad de sí mismo y de la propia vida, mezquindades emo-
cionales, hipersexualización y voluptuosidad que ensordecen los
sentimientos. Generalmente, todo ello envuelto en unguentos y
aromas de bondades, de dulzura y hasta de poesías, para que
no quepan dudas de que el amor es verdadero y sea recibido con
entusiasmo, así, las mentiras no se vean, ni se sientan, aúnque
estas siempre terminan por reflotar y destruir todo cuanto en-
cuentran en su camino: "abran paso, que yo soy y he sido aquí
la única verdad".
El amor, con su abnegado poder creador y regenerador, es el
esplendor de la verdad del universo.
Pero como suele sentirse y entenderse, es también el refugio
dorado preferido por mentirosos, falsos, mediocres, perversos
y delincuentes. También, no le quepa a ud. la menor duda,
para gentes aparentemente buenas, sanas, sencillas, normales,
pero con graves deficiencias, difíciles de detectar.

Todos entran y consideran que les pertenece un sitio en el re-
tablo de su luz. Pero que una vez dentro, empiezan los tumultos,
los ruidos ensordecedores de los dramas pasionales, abandonos,
desprecios, humillaciones, ofensas, falsos juramentos, discusio-
nes, obsesiones, falta de respeto, peleas y hasta crimenes.
Porque una vez que se cree se ama, pues entonces ya se tiene
vía libre para todo ello. Con lo llamativo de que en ninguno
de los casos haya faltado una rosa, un poema, una canción, ni
mucho menos un te quiero. ¡Qué cosa, eh!
Entonces la gran verdad del universo pasa a convertirse en la
gran mentira de la humanidad.

Todos han entrado hacerse un sitio, como elefantes a una ca-
charrería, al templo del silencio, incluidos los más cultos y refi-
nados, dando voces y gritos, a veces desgarrados, casi siempre
provenientes de bajas pasiones, como lobos aullando exitados,
devorando a sus presas. Estridentes chillidos, gemidos de placer,
suspiros desalmados, mientras se  poseen, se reproducen o se 
sacian, mediante acrobacias corporales circenses, envueltos en
llamaradas terribles de lujurias y explotación fisica, muchas
veces de dulces vejaciones, en un espectáculo de instintos y
voracidad.
Todos convencidos que obran y conforme al amor supremo,
que le pertenece y que juran como verdadero

Entre tanto, el angelito divino del amor se esconde aterrado en
un rinconcito del alma. Sobre todo y más deprisa el de la mujer,
huyendo del estruendo y la sordidéz a la que está siendo someti-
do implacablemente, inmolado como reo llevado a los abismos
infernales de groserías y mal gusto. Y allí cada día, hasta que
muere incinerado, abandonando a los contrayentes en sus rítmos
reguetonianos, sambescos y bachateros. Entre los que se escu-
chan gritos y susurros diabòlicos de te quiero, te amo, prove-
nientes de carnes descuartizadas, que las almas yacentes y mo-
ribundas, escuchan en sus agonìas. Cual ritual de misa negra
que rompe en pedazos la Lira de Orfeo, que enamoró a la bella
Eurícide. Donde es asesinado Chopin,Straus, Stravinsky, Betho-
veen y de nuevo a Lorca. Mientras se deshojan o marchitan para
siempre las azucenas, los jasmines, los claveles y las rosas.
Allí, envueltos en sus negruras emanando aliento y sudores de
pestilencias, repitiendo une y otra vez, te quiero, te amo.

Mortandad del amor verdadero, exquisito y sublime. podredum-
bres que se perciben como si fueran aromas de acacias, de reta-
mas, de lirios, de madreselvas.
Alcobas pachangueras que contempla con horror Hator, divini.-
dad cósmica de las danzas y artes musicales, quien mueve a los
cuerpos cuando de verdad se aman.

Seres exclusivamente carnívoros, hipersexualizados en sus más
absoluta pureza, incluídos los que se creen románticos y bellos
de sentimientos, bañados en charcas de instintos, con labios san-
grientos al besar, danzando enloquecidos, mientras se encestan
puñaladas en el corazón, para que el crucificado de galilea esca-
pe de allí con toda su grandeza y poesía. De ese reino de volup-
tuosidad, de monstruos depredadores de almas, de esas cárceles
sombrías de corazones secuestrados, que no navegan en el mar
inmenso del amor.

Una vez que se han transportado todas las basijas que han en-
negrecido el agua de la verdad, se les ve con las miradas vidrio-
sas, perdidas en el hastío, y en sus frentes tejidas la sentencia del
desengaño.
Después de los minutos miserables de frenesí, de labios estrujados,
esprimidos, secos y carentes de la dulzura inefable y exquisita del
beso verdadero, tan sólo reservado para labios aristrocráticos, bor-
deados de serpientes de turquesa. Ese sutíl y vibrante beso de amor
verdadero que se da muy despacio, como gota de rocío que destila
suavemente sobre el pétalo de una rosa.
Piedra filosofal que une al espíritu y los cuerpos, en resonancias
de melodías divinas cantadas por los heraldos de Dios.

En el cementerio de las almas muertas por las miserias del amor,
en casi todos los sepulcros está escrito un nombre de mujer.
Mumis, cuerpos templos de creación y de gloria, víctimas de 
los perreos, bacanales y las comilonas pasionales. Muertas con
el alma estrangulada, y allí debajo, todavía vuestras lágrimas
riegan la tierra que bordean las tumbas donde crecen las rosas.

En los pasos hacia los sepulcros, antes, tu belleza, tus encantos,
tu figura, tu grandeza, que desató torbellinos de pasiones para
el placer o para el lucro por:
La industria del sexo, que te convirtió en su producto estrella, 
la textíl en su musa preferida, la publicidad y el marketing, en su
gran reclamo.
Descuartizada, cada uno se sirvió del trozo que necesitaba. Tus
ojos para deslumbrar, tu pelo para seducir, tus piernas para pro -
vocar, tu cintura para exitar, tu trasero para emocionar, tu voz 
para convencer, tus manos, tus uñas para inducir a la curiosidad,
tus piés para imaginar, tus pestañas para sujeción de las miradas.
Todo un botín de bellezas y de encantos, puesto por la creación
para el amor verdadero, utilizado para el bochorno y la humilla-
ció.  Convertidas en Perséfones, reina de los inframundos.

Os acompañan las lágrimas de las enigmáticas princesas Nafrit
(bella en lenguaje faraónico), Almuse, Meryet, hijas del templo
de Isis. Puesto que sois herederas legitimas de Venus, Afrodita,
Rembha, Ishtar, en el  camino de regreso de vuestras almas allá
en lo alto de donde descendieron.

¡Oh diosas! reinas del universo, tesoros de divinas virtudes, que
aceptais ser amadas tan sólo en el mísero primer peldaño de los
diez que llevan a la cumbre de vuestros corazones.
¿Ve ud. el segundo crímen contra el amor?
¡¡El primero y más abominable fué contra aquél, el de la cruz a cuesta!!


Gracias por vuestra atención.

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